lunes, 8 de agosto de 2011

EL MITO DE LOS DEDOS QUE DESAPARECEN

Hace un par de días, haciendo zapping, encontré un documental sobre evolución humana un tanto curioso, por decirlo suavemente. Como en otros muchos documentales, se mezclaban cosas, el desarrollo de la biónica con la evolución humana, los implantes mecánicos con la aparición de nuevas capacidades… Era curioso porque, como siempre, no se tenían en cuenta las leyes de la evolución (aparición aleatoria de diversidad y posterior selección natural), que es un tema que da para varios post, ni tampoco que la cultura es parte de las adaptaciones humanas a nuestro entorno cambiante, otro tema que da para varios miles de palabras. Pero lo más divertido, y a la vez triste (pongamos, tragicómico) fue el discurso de un psicólogo llamado para dar su opinión de experto (yo tampoco me lo explico) sobre cómo iba a evolucionar el ser humano en los próximos milenios. Y otra vez, apareció la leyenda urbana de la desaparición de los dedos de los pies.
Y es que parece lógico, ¿no? De los dedos de los pies, el más pequeñito es el meñique, que queda en la zona más externa del pie; a partir de ahí y hacia dentro, los dedos se van haciendo un poco más robustos hasta llegar al pulgar, que ya parece un dedo de verdad y hasta tiene cierta movilidad. Bien mirado, el meñique del pie casi ni es un apéndice, en algunas personas apenas tiene uña, por no hablar de que ni se mueve ni tiene función aparente. Sólo sirve para pillárselo con la esquina de la cómoda cuando nos levantamos de madrugada para ir al lavabo y entonces sí que nos acordamos del meñique y de toda su estirpe hasta el primer mono que se bajó del árbol. En definitiva, podríamos perderlo sin mucho dolor en el alma, es más, algunas noches lo agradeceríamos. Y ya puestos, el resto de dedos también, uno a uno, del más pequeño al más grande y finalmente, el pulgar, ahorrándonos así la pedicura y muchas molestias podológicas.
¿Es esto lógico biológicamente? Primero habría que preguntarse si realmente sirven para algo los dedos de los pies, pues de ahí parte la maravillosa idea: como no sirven para nada, ¡desaparecerán! Y la respuesta es que no existiría bipedismo sin dedos en los pies. Quizá ahora que nuestro entorno urbano nos lo facilita y los zapatos son una prenda obligatoria, no parezca tan claro, pero ¿habéis intentado caminar por las rocas de una playa descalzos? ¿Os habéis puesto de puntillas para llegar a un estante alto con los pies desnudos? En estos casos, los dedos se despliegan, se adhieren al suelo, se separan para abarcar la máxima superficie posible. El pie se adapta a los más diversos terrenos y la mayor parte de esta plasticidad la otorgan los dedos de los pies.
La segunda pregunta que cabría hacerse es, suponiendo que se pudieran perder los dedos de los pies sin perjuicio (tras decenas de miles de años de una humanidad de mocasines y asfalto), ¿están los mecanismos evolutivos por la labor? La razón de que desaparezcan o se minimicen algunos rasgos que se dejan de utilizar (véanse las alas de los kiwis o las patas traseras de las ballenas) es que su existencia consume recursos del organismo cuyo ahorro produce un beneficio. Evidentemente, los recursos que consume el dedo meñique del pie son mínimos, desde luego no los suficientes como para aventajar a un individuo hasta el punto de permitirle reproducirse más eficientemente. Y no lo olvidemos, el desequilibrio en la reproducción es lo que permite que se seleccionen algunos rasgos y no otros. En otras palabras, sólo si las personas con el rasgo X tienen más hijos que el resto, el rasgo X se consolidará y se convertirá en común.
Tampoco hay que olvidar que para que se modifiquen los rasgos, se debe en primer lugar modificar el gen o genes que los codifican. Una mutación que haga desaparecer los dedos de los pies afectaría a los genes que también codifican para los dedos de las manos, ya que el mecanismo implicado en su desarrollo es el mismo. ¿Puede una mutación que produzca agenesias en los dedos de las manos ser beneficiosa a la larga? Si la ventaja sobre los dedos de los pies fuera muy significativa, quizás; pero ya hemos visto que realmente no lo es.
Entonces, ¿por qué fructifica la idea de la desaparición de los dedos de los pies? Es por una idea antigua, anclada en el subconsciente colectivo: las adaptaciones somáticas de Lamarck. Según Lamarck (1744 - 1829 ) los seres vivos adquieren y pierden rasgos durante su vida debido a sus condiciones de vida y los esfuerzos a los que se someten y esas adaptaciones se transmiten a la descendencia. Así, según la primera de sus leyes formuladas, si yo no utilizo los dedos de mis pies, o mis muelas, o incluso mis piernas enteras (porque soy oficinista y no voy al gimnasio), estos rasgos se atrofiaran poco a poco a lo largo de las generaciones y finalmente, desaparecerán.  Antes del desarrollo de la teoría evolutiva de Darwin, Lamarck ya introdujo la idea de evolución y de adaptación y en ello está su mérito. Pero en la actualidad, cuando conocemos bien los mecanismos de mutación y de herencia, sabemos que es imposible que un rasgo adquirido durante la vida pueda transmitirse a la descendencia; únicamente se transmitirán los cambios genéticos que afecten a las células germinales, en nuestro caso los óvulos o los espermatozoides.
Teorías como la desaparición de los dedos de los pies son equivalentes a la idea de que las próximas generaciones tendrán los pulgares de las manos más gruesos, debido a la cantidad de botones que pulsamos cada día en la era tecnológica; esta lindeza está también bastante extendida y es otro ejemplo de Lamarckismo. ¿Cómo puede el hecho de pulsar muchos botones afectar a las posibles mutaciones aleatorias que sufre una célula? Aún así, estas ideas se mantienen y aparecen recurrentemente en los medios de comunicación, debido muchas veces a que no se consulta a los expertos más indicados.

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